Diálogos con Abul Beka II

Se me ha pedido que escriba unas líneas de introducción a este segundo libro de "Diálogos con Abul-Beka", donde se han recopilado otros escritos que con el mismo nombre aparecieron hace ya algún tiempo en periódicos y revistas.
 Me gustaría aprovechar este espacio para hacer un canto a ese ser-semilla del hombre que es el niño. Porque los niños son quienes heredan nuestras ilusiones por un mundo mejor, a la vez que nuestra mediocridad. Son ellos los que reciben sobre sus frágiles hombros el peso de nuestra conducta, nuestras leyes y costumbres, y a ellos ahogamos su infancia mágica a cambio de un mundo podrido por la competencia y el confort, por la velocidad y el consumo, por la inercia y la mecanicidad.
   Cuando miro los ojos de un niño veo el semblante de la esperanza, pero veo también como se empañan con las lágrimas de un porvenir donde ya no hay jardines ni alegría. La música se va y viene el ruido. Se van los ríos alegres de aguas transparentes y vienen las cloacas inmundas. Se va el mar azul turquesa para volverse plomo muerto donde los hermanos peces se asfixian. Se va el hermano sol dorado y también se van las gotas de rocío resbalando lentamente por las hojas del manzano en el mes de mayo.

 

Cuando miro los ojos de un niño siento vergüenza. Siento vergüenza cuando le tengo que hablar de lo que hemos hecho de nuestro común hogar el mundo. De lo que le dejamos por herencia.
   Siento vergüenza de no poderle ofrecer la posibilidad de que crezca armónico y limpio. Sin prejuicios, sin fronteras, sin ideologías, sin credos.
   Siento vergüenza cuando veo que lo que llamamos educación, no es sino conformarlos en nuestros errores, que como una pesada cadena arrastramos desde siglos inmemoriables. Introducirlos en nuestras creencias, que por lo general matan la naturalidad y la sinceridad. Introducirlos en nuestros complejos, que han hecho del corazón del hombre una cueva de rencores y envidias en vez de un valle abierto y soleado.
   También siento vergüenza cuando veo que lo que llamamos enseñar no es sino hacerles tragar pensamientos sin que los digieran. Mostrarles el camino de la memoria y no el de la comprensión.
   Que los libros sean una ventana abierta y no una ventana con rejas. Los libros son pensamientos enlatados que debemos tomar para que el cuerpo mental se alimente de la observación de la Santa Naturaleza y del entorno, hacen que se desarrolle la particularidad y la fortaleza del cuerpo mental y que nazca algo realmente raro en la especie humana: el Genio Creador.
    ¡Inclinas la cabeza hacia un libro que te habla de las estrellas y, no sabes que simplemente con elevarla, puedes escuchar lo que te dicen! Que la enseñanza no sea esto. Creedme que he visto la mirada de muchos niños y en muy pocos he podido apreciar la limpieza de la alegría. ¿Tan pronto empiezan a sufrir? ¿Qué les estamos haciendo? ¿Qué hay dentro y fuera de nosotros que nos hace tratarlos con violencia? ¿Qué hace que ellos sean la descarga de nuestras tensiones? Ellos, la única esperanza del mundo. Ellos que son nuestro futuro.
   Por el simple hecho de servirles de guía, deberíamos limpiarnos. Por el simple hecho de no perderlos en el camino hacia "ellos mismos", deberíamos buscarnos. Por el simple hecho de hablarles del Amor, deberíamos ser Amor.
   Cuando miro los ojos de un niño, aunque estén en un cuerpo viejo, veo una llama de esperanza. Una posibilidad, un camino nuevo hacia el gran sueño de la humanidad: la Armonía de todos con todos para que este Ser Planeta Tierra, tenga un solo Yo en la búsqueda de la Luz.

   Trabajemos todos por ello.
   ¡Adelante!  CAYETANO ARROYO